“FRAGMENTOS DE ROSTROS”
Como encuadrados en close up, cortados por los bordes de una pantalla cinematográfica, los rostros de Meta Mari Carmen Hernandez se dirían el lugar de un parlamento. Y aunque invitados a hablar por esta posición que ocupan,permanecen misteriosamente silenciosos. Mudos están ahí a la vez llenos de significación, son en realidad como enigmas, enigmas henchidos de un sentido quizás intraducible. Se hunden ante las palabras, no podemos sobre ellos a ciencia cierta decir nada. Una plenitud secreta vive su silencio, sentimos, y se nos escapa, existe fuera de nosotros.
¿Dónde está esa existencia de la vida en la imagen? Quizá marcada por alguna línea, concentrada en la intensidad silenciosa de los ojos, o inmersa en profundidades de colores ; como un pez se hunde por los telones del material pictórico.
¿Dónde está la vida de los retratos, uno se pregunta? Hablan tanto, callan tanto. Su elocuencia es silenciosamente extraña. Verse en un espejo, alguien decía, es mirarse pensar. Quizá en los retratos también, más que la voz, habla el pensamiento. Y el pensamiento no tiene fronteras, dice lo que las palabras no alcanzan nunca a decir. Los retratos nos abren, aunque imaginariamente, la posibilidad de una intimidad quizá absoluta. En el retrato somos el otro, somos el pensamiento del otro que habla. Y el otro es tan nuestro, es ya tan nosotros, como lo son las presencias de nuestros muertos más amados. El retrato es quizás ese otro en nosotros. Hay en el pensamiento indudablemente todavía toda una presencia del ser un indecible, que las palabras – en su existencia de aire- abandonan.
Quizá en su mayor parte la conversación del amor se lleva a cabo en el silencio. Una conversación de uno con uno, con ese uno que es el otro, con ese otro que es ya uno. Palabra de la comunión a la que el otro es invitado, palabra de amor, palabra en común. Como a una imagen le otorgamos al amado nuestrs ideas, nuestros deseos. Hay en el amor, sí, un poderoso acto de imaginación.
E imaginar es quizá ponerle a la imagen un lenguaje, arrojarla a los avatares de una narración. Entre lo real y la palabra, la imagen se levanta. Es una mediadora. Tiene una maleabilidad de la que la realidad carece. Ella es quizá, de alguna manera, nuestro primer acto de magia, una alquimia sobre las cosas concretas. No a las cosas, sino a una imagen de las cosas las palabras nos refieren. Es una imagen su significación, una imagen lo que modelan y transforman.
Quizá a una conversación interior como la del amor el retrato nos invita.Esos rostros de la pintura tienen finalmente una voz única, la nuestra. Con nuestra voz mental hablan y con nuestras palabras evanescentes hacen sus vidas. Hay en todo espectador de retratos, de alguna manera, encerrado un novelista. Ningun retrato es mudo, o habría que decir más bien, que ningún retrato nos deja mudos. Como la máscara en el teatro clásico, el retrato, es una invitación al habla. No puede existir sin nuestra animación, pero, tampoco, puede dejar de producirla.
El retrato es un personaje que podría decir cualquier cosa, la más descabellada quizá, es la suya una boca que nos permite hablar muy libremente. Pero también por lo mismo es una cara íntima, quizá la más íntima, dado que puede permitirse la distancia de una otredad, puede separarnos en un otro. Todo retrato, de alguna manera, por ello, es el de Dorian Gray. Es nuestra alma quizá la que verdaderamente captura y la que finalmente muestra. Todo retrato es un espejo.
Pero más allá de esa conversación que le imputamos, de esa imposición de nuestra imaginación, esa suerte de ventriloquismo, el retrato escapa a nuestras expectativas, señala en otra dirección, hacia una región desconocida e impensable desde el lugar nuestro. Rasgadura de la boca, rasgadura de los ojos, donde el misterio del otro se cuela, y se asoma en silencio. Allí donde nuestras palabras se callan, el otro existe. El otro vive en el silencio, está realmente donde nuestra imaginación termina. Su lugar es el enigma.
Y es quizá, en efecto, el enigma del verdadero límite de lo imaginario, es la zanja donde esa ubicuidad de las imágenes se halla ante una imposibilidad de continuar, con un tope en su capacidad de ficción que es también una impotencia ante la solución. Lo real no es devorado por ésta, loimaginario es su recubrimiento.
Tan sólo en el vacío lo imaginario se topa con un borde, un algo inaprensible para su acapadora avidez, sus manos de prestidigitador y pulpo. Este hueco le muestra que la imaginación no es el todo, algo no abarca, quedará siempre fuera ; ese algo desde lo más inesperado, desde lo inimaginado habrá de sorprenderla.
Hay algo en estos rostros de MariCarmen que remiten a jeroglíficos, a los signos inaprensibles de un ideoma perdido. Algo en ellos es sentido pero no capturado ; no podrá serlo quizá nunca. Intuición que nos pasma y se desvanece. Son en realidad sólo fragmentos de cara, quizá porque de por sí en un rostro es mucho pero también es muy poco lo que del otro aparece. Un rostro es como un enigma, el enigma de lo que es sólo parcialmente visible, como esa realidad por la que, con tantos desatinos, viaja Don Quijote.
VERONICA VOLKOW • México 1995